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Quienes compartieron su arte.

 

Por Sonny Basualdo, alumno de escultura.

A mi amigo Billy:

 

Hola Billy. ¿Cómo va?

 

Te quiero contar que tu mujer y tus hijos están organizando, con mucho amor y dedicación, una gran exposición de tu obra y de tu paso terrenal. Por esa razón han pedido a tus alumnos y amigos que expresen, en palabras, sus sentimientos para esa especial ocasión.

 

Así, comencé mi tarea buscando la explicación de cómo mitigar el vértigo del vacío que produce tu ausencia física, pero no la encontré. También intenté hacer un panegírico tuyo, pero me fue imposible aprisionar en un instante toda una vida.

 

No soy bueno en ese menester. Preferí escribirte directamente. Me pareció más sincero.

 

Por eso te grito: ¡Te adelantaste!

 

Tu temprana partida dejó un hueco descomunal. Pero no te aflijas por ello, porque todos nosotros estamos caminando hacia donde vos estás. Así que, sin dudas, nos vamos a reencontrar.

 

Por si te inquieta, te advierto que la muerte es, en realidad una ficción: la gente sólo muere cuando la olvidan. Por eso Billy querido: tranquilo. Todos te recordamos con cariño diariamente. Estás siempre con nosotros.

 

Un gran abrazo

Sonny.

Por Alberto Delponti, profesor de escultura.

Escribir sobre Billy Waller es hablar de un artista completo, tanto en el campo de la figuración como de la abstracción, en su pintura la búsqueda, la audacia, lo gestual, el color y sobre todo la pasión y sensibilidad aparecen en cada una de sus obras.

Su producción es infinita. No persiguió premios ni le preocupo demasiado tener un galerista. Su vida era estar en el taller trabajando y experimentando con distintos materiales.

Cuando abordó la escultura y con solo un par de datos técnicos, brilló en la tridimensión.

Sus esculturas así lo demuestran.

Humildad, talento y trabajo, Billy Waller un artista enorme que nos dejó su esencia en sus obras.

Por Beatriz Soto García, profesora de escultura en mármol.

Homenaje a Billy Waller.

Billy llegó a mi taller a través de un amigo en común. Quería aprender talla en mármol y en esa disciplina me especializo.
Su llegada, con su presencia impactante, una charla fluida y amistosa, me dio la seguridad que era este oficio lo que deseaba aprender. Enseguida hizo contacto con la Gente de Talla (nombre de nuestro grupo), y fue observando en detalle nuestra disciplina, nuestra pasión y nuestra perseverancia. Observe su alegría y entusiasmo de empezar inmediatamente a tallar.


Asimilaba rápido mis indicaciones y fue demostrando con el tiempo su enorme capacidad creativa y evolutiva en imágenes propias, estéticas y conmovedoras. Lograba plasmar sobre el mármol sus ideas como si lo hubiera practicado antes de su primer intento.
Su destino no le permitió seguir el camino que había elegido, pero si el disfrutarlo, sentirlo y realizarlo.
En verdad era un artista completo que se nutrió de todos los oficios que el arte brinda y los realizó con éxito.
Su imagen para nosotros Gente de Talla sigue intacta e intensa, y en especial para mí, el orgullo que me hubiera elegido como su maestra.

Por Pepe Cáceres, profesor de pintura.

El camino privado de Billy Waller.

 

De mis maestros heredé la convicción que para todos nosotros hay un camino. Que es privado, personal. Intransferible. Y que, muy pocos se atreven a transitarlo. Suele producir desasosiego. Y la sensación de permanente incertidumbre. Y si no se lo enfrenta con coraje, es fácilmente atrapado en la urdimbre de la especulación. Y allí, no tiene cabida el artista. Mucho menos el Arte.

Es un camino que permite tomar atajos, pero no por el espacio, sino por el tiempo. Esto conlleva el desafío de romper el encierro de las causas y los efectos y no aceptar el mandato social de lo utilitario. Billy Waller, pertenecía a esa forma de estar en el mundo. Consciente de la “inutilidad” del arte, persistía en hacer. Era un artista. Y allí Billy centraba su búsqueda.

También sus atribuladas teorías acerca de la lucha entre lo que es, y lo que debería ser. Por entonces era muy joven y recuerdo claramente las “discusiones” acerca de que en el Arte no hay programa posible. La permanente lucha entre los alambiques del pensar y la certeza del corazón. Claro que, afortunadamente, no hay forma de programar la creación.

La creación, como la libertad, como el amor, no tiene programas. De modo que, para vivirlos hay que sumergirse en las arenas profundas de uno mismo. Tomar riesgos. Y ese es el vértigo. Recorrer ese camino privado.

En aquel tiempo su obra consistía en una figuración, sólida y una abstracción latente. Un proceso de la fractura de la vertebración lógica de las cosas y la disolución de la apariencia tradicional de la vida. Buscaba continuamente ir siempre más allá de la superficie de las cosas.

Recuerdo el uso de una paleta de azules que construía un espacio de grises, y pardos, que evocaban el medio. Algo que siempre tuvo presente. Nunca dio espaldas a lo que sucedía a su alrededor.

Para Billy no había torre de marfil donde encerrarse. Un valiente. Lo vi padecer por eso.

Por entonces escribí, que la tensión, era el eje de su lenguaje. Vibraba con fuerza una imagen sin concesiones, en donde palpitaba un espíritu de introspección cualitativamente distinto, y muchas veces radicalmente opuesto al espíritu del viejo lirismo.

La naturaleza humana era para Billy una nebulosa de la cual intentaba extraer un astro, conformado sólo de humanidad. Pocos intentan eso.

¿Pero cuál es el legado de Billy artista? Que lo importante no es cambiar nuestro camino por otro, al parecer, más interesante, sino lograr que la vida cante en ese camino, privado, personal, intransferible, a pesar de todo.

Ver la vida tal como nos fue dada, humilde, humana, en donde todo aquello que podríamos buscar “tiene” que existir.

Y que, mientras conservemos el alma que tenemos podemos vencerlo todo.

Entrevista de Verónica Boix, alumna de pintura.

La película que Billy Waller crea cuando pinta.

Entrar al taller de Billy Waller es resbalar por una puerta imaginaria recortada en la Panamericana y aflorar en medio del país de las maravillas, más cerca de Tim Burton que de Lewis Carrol. El blanco de las paredes está poblado de trazos crudos de cuerpos de mujeres en carbonilla, quien sabe cuáles de ella se convirtieron en cuadros y cuales otras quedaron huérfanas de tela o papel que las contenga. Otras obras se alzan como paneles delimitando espacios inexistentes, con trazos automáticos que reproducen ad infinitum la obsesión de Waller. En este páramo de imágenes oníricas, el único sonido que llega del exterior es canto de algún pájaro anidando en el nogal de la entrada, o quizás, si es de día de escultura, el de las herramientas de un Billy galáctico comandando la invasión a un mármol del que rescatará una figura humana.

Este hombre de pantalones manchados de óleo y acrílico estudió arte desde que transitaba la escuela secundaria, luego ingresó a la Escuela Nacional Prilidiano Pueyrredón, donde consiguió su título en bellas artes. Es capaz de hacer dialogar el trabajo de alumnos con los grandes maestros, encontrando la relación entre los trazos inexpertos de los primeros y la obra consagrada de los segundos. Sin embargo, su saber invaluable anida en la agudeza de su mirada que permite descifrar sombras, luces y volúmenes, en dos dimensiones.

Me recibe en su taller un galpón gigante de techos altos, con ventanas a un verde que invita a la contemplación. Me sorprende su entusiasmo para una charla abierta. Mientras se enfrasca en la conversación, sus manos no dejan de modelar sobre arcilla una figura de mujer en posición fetal. Me dispongo a escuchar expectante las frases de este artista a ver si a través de sus palabras logro que mi mente despierte también y consiga descifrar algunas claves de este proceso de convertir simples materiales en emoción pura.

 

VB: ¿Cómo surgió tu vocación para pintar?

BW: Siempre dibuje desde chico, creo que no surgió en un momento específico. Siempre hice dibujos, un día me compré unas pinturas y empecé a pintar. Nunca me cuestioné hacer otra cosa, simplemente lo hice. Empecé a pintar a los 13 años.

VB: Eras muy joven. ¿Cómo reaccionaron los que te rodeaban, tu familia, tus amigos?

BW: Bien probablemente si no hubieran reaccionado bien no sé si lo hubiera seguido haciendo. El entusiasmo de mi entorno también ayudó a que yo lo siguiera haciendo. En casa nunca se dirigió que había que hacer, simplemente era “hace lo que tenés ganas de hacer, pero hacelo".

VB: Y frente a esa libertad que te brindaron; ¿cuál fue tu plan en principio para tu carrera de artista?

BW: Toda mi vida pensé en pintar un buen cuadro nunca lo pensé como una carrera. Siempre fu más bien obsesivo lograr pintar un buen cuadro. Por supuesto los criterios fueron cambiando con el tiempo, yo creo que pinté muy buenos cuadros cuando empecé, según eso criterios, después se me fue complicando un poquito más estar conforme con lo que es un buen cuadro.

VB: ¿Por qué motivo sentís ahora que el proceso se fue complejizando?  

BW: Porque te abrís más, abrís la cabeza, ves otras cosas, a veces dudas un poco hasta que volvés a encontrar lo que te impulsaba a pintar, a veces te perdés en todo lo que ha alrededor. Ahí, al perder la dirección uno a veces no sabe si llegó a donde quería llegar.

VB: ¿En esa búsqueda, en cada obra te planteas algún lugar concreto donde querés llegar?

BW: No es algo que se pueda decir conscientemente, es un impulso, pero tiene una dirección muy clara. Es la película que uno se hace cuando pinta, y se deja llevar porque esta experimentando. Después empiezo a extrañar esa película y a v veces no llega tan fácil de vuelta. Es difícil decir si se llega donde uno quería cuando uno está probando, se va perdiendo el norte.

VB: ¿En esos casos, cuando sentís que perdiste tu burbuja interior que haces?

BW: Lo más sano en esos casos es dejarse llevar por esa cosa medio, como llamarlo, amorfa, que no tiene un objetivo tan claro y no rayarse en el fondo todo tiene un punto de encuentro nuevo. Pero si uno no suelta y no deja que la cosa siga para donde tiene que ir, lo frenas ante de volver a encontrarlo. Ya no es un camino tan claro como el anterior. Lo que está bueno es esto llegue Hasta acá lo dejo y no tratar que ese cuadro o esa obra funcione como esa especie de expectativa interna tremendamente exigente pretende que funcione. Mira todas las cosas piolas que estoy diciendo (este último lo agrega medio en broma, medio en serio, casi sorprendido de sus propias palabras)

VB: ¿Cómo fue el proceso de mostrar tu arte a un afuera desconocido?

BW: Creo que nunca lo completé, siempre mostré muy poco. Cuando mostré me fue bien, pero siempre me quedé más y preocupándome menos por mostrar. Quizás porque soy muy exigente…claro, esto es parte de un rollo personal…. Soy un obsesivo y no muestro lo que no me termina de conformar. Muy pocas cosas me conforman, muy pocas cosas muestro.

VB: ¿Te gustaría mostrar más?

BW: Me gustaría estar más conforme, va hilado a mostrar más, obviamente.

VB: ¿qué redacción percibís en la mirada delos otros?

BW: Hay de todo, en general las reacciones son buenas ç, siento que mi obra gusta. Por supuesto hay redacciones lo llenan más que otras. Muchos ponen su propia película y les gusta más que mi obra. Otros se detienen a mirar mi obra y salen de su propia película, esta crítica en general me resulta mucho más agradable, positiva, me gusta y me sirve más. Uno pinta con una idea o una sensación y me gusta que esa sensación llegue al espectador, no totalmente completa sino estaría escribiendo no pintando. Si, que la sensación con la que yo pinte llegue al otro lado, poder transmitirla. Cuando esa sensación viene trastocada del otro lado, la crítica que recibo no me agrada.

VB: quizás lo que vos pintaste transmite más de lo que pensabas o planteaste…

BW: Creo que es un pensamiento demasiado a mi gusto, no creo que sea sí. A veces es una visión distinta que aporta, pero a veces esa visión tiene mucho más que ver con el que mira que con el que lo hace.

VB: ¿qué cosas te frustran?

BW: cuando no encuentro la claridad en lo que hago. Cuando doy vueltas y vueltas y me quedo en algo puramente estético. Dejo hacer lo que realmente quería hacer. Cuando me dejo engañar por una cuestión estética, cuando un color me gana. Cuando uno hace una gambeta y uno puede hacer miles de gambetas porque “esto es lindo” pero no haces ningún gol.

VB: ¿te ha pasado que para vos fuera un gol y para la mirada del otro no?

BW: cuando para mí es un gol, no hay nada más que decir no me importa la mirada del otro.

VB: ¿hasta dónde estás dispuesto a ceder en esa mirada exigente? ¿Alguna vez tuviste que tranzar para ver algo?

BW: yo me canso de pintar “para mí solo” no sé si es tranzar, simplemente es buscar otro tipo de cintura más accesible para los otros. A veces lo que hago para mí solo también está viciado de cosas que no puedo resolver y se convierte en una imagen propia. A veces el desafío de pintar es salirse de ese esquema, consiste en convertir en imagen propia no solo lo bueno sino también todas las imposibilidades estas bueno salir de esa imagen propia para enfrentarse con cosas que uno domina, o que te llevan a un lugar al que tenés miedo. Todas esas experimentaciones llevan a conceder algunas cosas, que no son concesiones para los demás uno para uno mismo.

Por María Marta Harfuch de Waller.

Billy Waller, mi compañero de ruta.

Cuando yo lo conocí tenía casi 22 años y me fascinó su sencillez y a la vez un interior complejo y lleno de inquietudes.

Recorriendo museos y galerías de arte, me enamoró la profundidad de su mirada.

Admiraba en él su modo de desconectar del mundo para sumergirse en sus pasiones a la vez que me irritaba.

Un ser sensible que no sólo se apasionó por las expresiones plásticas; también por la música (tocaba piano y también guitarra) y por la pesca con mosca.

Disfrutaba de los paisajes del sur, “su lugar en el mundo“.

Fue buen hijo, buen hermano, buen amigo. Muy querido, generoso, divertido, ocurrente, creativo, gracioso y de buen humor.

Marido y padre amoroso y compañero.

Una PERSONA con mayúsculas.

Un orgullo y un honor haber estado a su lado por casi 27 años.

Por María Waller.

¿Qué decir de papá como artista? Me hubiese gustado conocer más de lo que conocí. Siempre me costó expresar una opinión sobre lo que pintaba. Cuando terminaba un cuadro yo decía "Es re lindo", dándome cuenta de que eso no significaba nada para él ni para mi. Nunca hubo muchas palabras en relación a su obra. Era una admiración silenciosa y él tampoco parecía necesitar devoluciones. Seguía un criterio propio que tenía sentido para él y nunca se ocupó mucho de vender o exponer. Fueron pocas las oportunidades en las que mostró lo que hacía. Entrar al taller de papá se sentía como invadir un mundo donde cosas que valían la pena estaban ocurriendo. Cuando entraba, sentía que él dejaba de ser libre para ser "papa". Yo igual lo hacía y se que a él le gustaba (en su justa medida). Muchas veces lo extrañe teniéndolo al lado. Sabia que había algo en él ocupado en una búsqueda propia en la estaba solo y yo, como hija, no tenía posible alcance. 

Se despertaba cada mañana, nos llevaba al colegio a las 8 de la mañana e iba al taller donde pintaba o esculpía desde esa hora hasta las 20 30 en punto, ni un minuto más ni uno menos, cuando escuchábamos sus llaves en la puerta de casa y todos sabíamos que era hora de comer. Claro que a lo largo del día tenia sus debidos descansos, donde nunca faltaba el cigarrillo y el vasito de coca light; el café en algún bar cercano (con un chorrito de leche fría puesto "casi por accidente") y las charlas con mozos, dueños, gente que siempre estaba por la zona. Era muy querido. 

Pintar, dibujar y esculpir no eran sus únicas aproximaciones al arte. Cuando papá era chico tenía un piano en su casa, creo que era de su hermano. Nunca tuvo un profesor y, sin embargo, pasaba todos sus días obsesionado tocando hasta que el instrumento paso a ser oficialmente suyo. Años más tarde, cuando tenía trabajo, se decidió a regalarlo porque siempre llegaba tarde y no podía concentrarse en lo que tenia que hacer si veía las teclas y las partituras cerca. Cuando encontraba belleza en algo quedaba encandilado y todo lo demás perdía importancia. Dos años antes de que muera le regalamos otro piano y fue una de las pocas veces que lo vi emocionarse. Todos supimos que desde ese momento la casa iba a tener siempre música de fondo. Creo nunca haberme quejado. Amaba escuchar a papá. 

Cuando se enfermo, siguió con su rutina como si nada lo afectase. A pesar de su debilitamiento físico, iba al taller y le daba al mármol con su martillo por horas. Llegaba a la noche y tocaba el piano hasta que la comida este lista. Y así sucesivamente. 

Yo insistía con que se cuide y él me contestaba "No voy a dejar de vivir por estar enfermo". Fue así como, cuando el médico le dijo que era grave su condición, él le contestó que se iba a comprar una lancha más grande para pescar en el sur.

Por último, agradecida de poder compartir recuerdos tan valiosos, quiero evocar una de mis imágenes preferidas: sus manos llenas de manchitas de acrílico que el agua ras no habría podido quitar. Es difícil recordarlas limpias, como si su recuerdo estuviese conformado por su inevitable obstinación por los colores. 

Por su dedicación a su arte y su nobleza en la vida, yo lo admiro mucho.

Por Marcos Waller.

No me es fácil sentarme a escribir sobre mi padre, después de ya tres años de su muerte y mucho menos lo es reflexionar sobre su capacidad como artista, en parte, porque no estoy calificado para hacerlo. Durante los diecisiete años que compartí a su lado lo vi crecer, mientras a su vez, yo crecía y me transformaba en un hombre.

De él aprendí todo lo que yo hoy sé y hasta se puede decir que heredé su forma de pensar y ver el mundo, adoptándola quizás, inconscientemente.

Billy fue un hombre apasionado, un hombre impulsado por su alma y sus sentimientos, que a simple vista no se veían, pero en sus lienzos los podías percibir y sentir a flor de piel. Me costó mucho a mi entender esto. Lograr verlo como una persona sensible y humana por fuera de su rol de padre fue un proceso para mí que culminó tiempo después de su muerte.

Como padre fue el mejor, o lo mejor que pudo ser. Como artista fue él, con sus dudas e inseguridades nunca se dejó llevar por influencias monetarias o estilos de moda, sino que, encerrándose un poco en su cabeza dura y un poco en sus miedos al fracaso, volcó su alma en una interminable obra de mas de 200 cuadros y esculturas que recorren y reflejan todos sus estados de ánimo.

De él aprendí a disfrutar del arte y de la música. Una vez me dijo algo que para siempre voy a recordar: “del arte no importa que ves o que escuchas, no quiero saber si te gusta o no, o si lo colgarías en tu cuarto, lo que importa es como te hace sentir. ¿Qué mueve adentro tuyo?” Lo que importa es como te hace sentir. Frase aplicable a todo, absolutamente. Con esa enseñanza - entre otras - mi viejo me mostró el camino de la sensibilidad y el poder de conocerse a uno mismo.

A partir de ahí empieza todo, de cómo te sentís. Amor, desamor, tristezas, pudor, felicidad y hasta éxtasis.

El arte es capaz de transmitir sensaciones tan fuertes y claras si uno se deja capturar. Es por eso que en parte lo siento tan cerca a mi viejo, viendo su obra puedo verlo a él, tan puro como siempre, sus estados de ánimo, sus miedos, sus momentos de alegría.

Con su obra se lo conoce, como a los grandes y es por eso que estoy orgulloso de llevar su apellido.

Por Agustina Parraud.

Tela en blanco.

 

El último mes trabajé -por encargo de Tata, su mujer- catalogando la obra de Billy Waller.

Billy era primo de mi papá. Dedicó gran parte de su vida a la pintura, y murió hace dos años.

No tuve demasiado contacto con él los últimos años. Cuando era chica solíamos ir a su casa con mis padres y mis hermanos, pero nunca mantuve una relación fluida con él.

Conocí su obra prácticamente después de su muerte. En unas exposiciones que organizaron su mujer y sus hijos. Y sobre todo este mes, durante el cual fui al depósito donde están la mayoría de sus pinturas, dibujos e incluso algunas esculturas, a pasar días enteros mirándolas, tocándolas, oliéndolas, numerándolas.

Hay en todo este trabajo algo muy desdramatizado, quizás porque el lugar no es el taller donde él trabajaba, quizás también por lo ecléctico y megalómano de su producción, casi desconocida para mí.

Sólo reconocí de inmediato su impronta en un cuadro que tuvimos mucho tiempo en nuestra casa, y en dibujos en carbonilla que pertenecen a una etapa que sí conocí, cuando que comencé a estudiar arte y mi padre o mi abuelo me mostraron algunos dibujos que los impresionaron.

 

Pero luego descubrí una enormidad de obras que me sorprendieron, que muestran el crecimiento de Billy como artista a lo largo de toda su vida. Era un gran dibujante, ya lo sabía, pero también un enorme pintor.

Su muerte fue particularmente triste, era más joven que mi padre, y mi padre es joven. Sobre todo para morir.

Su muerte fue particularmente triste, su hijo y su hija son más jóvenes que yo, y yo soy bastante joven.

Su muerte fue particularmente triste, como todas las muertes, particulares; su obra fue tan grande y prolífica... y la pintura huele, fresca, y su muerte se vuelve imposible.

Pero esa muerte estuvo presente, un día, en el depósito donde se guarda toda esa tela y madera y pintura. Entre las telas enrolladas, de las que Billy se iba a deshacer, pero que Tata no se animó a tirar. Entre esas telas, donde había grandes telas, grandes y magníficas pinturas, apartadas en un rincón: una enorme tela en blanco.

Súbitamente el vacío. El vacío, incertidumbre y abismo ante la tela blanca, que todo pintor, que toda artista conoce, de pronto, asociado tan directamente con la muerte, ese vacío blanco para siempre, esa tela blanca para siempre.

Enorme tela blanca, enorme e inconjurable: verdad.

Creo que lloré la muerte de Billy, por primera vez.

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